Los tres tomos de una obra única en su tipo.
I. Labruna. El jugador
Durante cuarenta de los ochenta años de vida que tenía River en el momento en que Angelito Labruna dejó el club por última vez (1981) todos los títulos logrados por el Millonario lo tuvieron como protagonista: nueve como jugador y seis como entrenador. Siempre instaló su casa a pocas cuadras del estadio de River: de Alvear y Tagle, primero, y luego del Monumental. Labruna fue el primer futbolista en ser agasajado con un partido homenaje. Labruna, a pesar de ser insider izquierdo y no el centrofoward clásico (el 10 de esa época), fue el que más goles convirtió en la historia de River, y aún se discute si está uno arriba o uno abajo de Arsenio Erico, el máximo goleador del fútbol argentino. Labruna sigue siendo el máximo artillero del superclásico. Labruna jugó 21 años seguidos en la Primera de River (por algo Juvenal lo bautizó el Eterno). Aunque cracks del semillero riverplatense como Moreno, Pedernera, Pipo Rossi y Di Stéfano cruzaron la vereda para jugar o ser entrenadores en Boca, Labruna siempre le fue fiel a River. Labruna disputó un Mundial con 39 años, en una época en la que los jugadores se retiraban a los 30. Diego Lucero, pluma legendaria del periodismo rioplatense, escribió: “Mientras Labruna pueda caminar, River seguirá al tope”. Ya no camina Labruna, pero su legado en River es eterno.
II. Labruna. El técnico
La obra cumbre de Ángel Labruna como entrenador fue sacar campeón a River después de dieciocho años. Y aunque había amenazado con ponerle punto final a su carrera si lo conseguía, por suerte no cumplió y dio cinco vueltas olímpicas más con su querido club. Sin embargo, su trayectoria como entrenador cuenta con unos cuantos hitos más: sacó campeón a Defensores de Belgrano en la B, llevó a Platense a estar a un pasito de un título como nunca antes ni después, le dio el primer campeonato de la historia a un club del interior (Rosario Central), provocó el boom Talleres en 1974 y armó el Argentinos Juniors que terminaría jugando con la Juventus en Tokio. También estuvo al frente de Racing, Chacarita, Lanús y Excursionistas. Tanto sabía Angelito, tanta calle tenía encima, que se dio el lujo de dirigir a dos equipos a la vez (y en más de una ocasión). En este tomo de la trilogía reconstruimos la fenomenal trayectoria de Labruna como director técnico a partir del testimonio cálido y emotivo de cerca de cien futbolistas y periodistas que lo trataron.
III. Labruna. El personaje
Adoraba las carreras de caballos. Detestaba el cigarrillo y el alcohol. Los dulces eran su perdición. Odiaba los aviones. Le encantaba jugar a las cartas y a los dados con sus jugadores. Apostaba hasta por los números de patente de los autos que se cruzaban en la ruta. Su lista de cábalas era interminable. Sentía a los futbolistas como hijos. Enfrentaba a los periodistas, con los que discutía a los gritos por los pasillos, pero no era rencoroso y terminaba aflojando. Entraba a la Bombonera tapándose la nariz y se aguantaba lo que viniera. Se desvivía por la familia: tuvo una compañera de fierro como Anita y un hijo, Daniel, que pintaba para crack y que se le fue muy pronto. En la última estación de esta trilogía, nos detenemos en el aspecto humano de Angelito, en la persona que se escondía detrás de esa máscara de gruñón que asustaba a primera vista. También intentamos desentrañar su método. Periodistas, exjugadores, familiares y vecinos nos ofrecen decenas de anécdotas. Es imposible no esbozar una sonrisa al leerlas. Por último, no puede faltar una teoría muy particular que lo enlaza al entrenador más ganador en la historia de River.
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