A lo largo de la historia hubo filósofos que se rebelaron contra la forma en que la filosofía se venía practicando, filósofos que al desafiar las líneas de pensamiento hegemónicas de su tiempo consuman una revuelta no sólo por fuera, sino también en el interior mismo de la tradición. Este pack de 3 libros está dedicado a algunos de ellos.
En Nietzsche (1844-1900), se aborda la filosofía del reconocido pensador la cual consuma una revuelta contra los ídolos y valores que ha legado la tradición occidental, tales como "la verdad", "el bien", "Dios" y "la razón". La tarea y el desafío nietzscheanos nos interpelan a sospechar de las verdades absolutas y a recordar el carácter situado y finito de nuestras perspectivas, valoraciones y conceptos. Su perspectivismo, sintetizado en la sentencia: "no hay hechos sino sólo interpretaciones", articula de este modo la "filosofía del martillo" y su potencia crítica con la posibilidad intempestiva de construir otros modos de pensar y de ser en el mundo.
En Derrida (1930- 2004) se reúne ideas del citado filósofo que dan cuenta de una filosofía de la hospitalidad, esto es, de una sensibilidad hacia los vulnerables, las minorías y hacia todos aquellos que permanecen en el disenso de lo diverso. Pensar desde los márgenes y las aporías, desde tensiones que no son resolubles ni dialectizables, y que no pueden ser englobadas en un conjunto más vasto sin que ello constituya un resto o pérdida. Por allí discurre la revuelta derrideana: por la insistencia en cuestionar a la tradición filosófica y, con ello, a los conceptos que se hallan a la base de nuestras instituciones modernas, los cuales inciden de manera decisiva en la igualación de las formas de vida individuales y colectivas, anulando o asimilando sus diferencias.
En Foucault (1926-1984) nos encontramos con uno de los primeros filósofos en advertir, a comienzos de los años 60, en una escena intelectual dominada aún por el existencialismo de Jean-Paul Sartre y Maurice Merleau-Ponty, acerca de las aporías y los peligros de ese ideal. Convencido de que la tarea del filósofo era diagnosticar su actualidad, se animó incluso a vaticinar la pronta “muerte del hombre”: hurgando en archivos grises (la suya fue una filosofía en la historia), estableció de hecho que el hombre era más el efecto pasajero, históricamente circunscripto, de determinadas prácticas discursivas y dispositivos de poder, que el fundamento que tanto las filosofías modernas como las ciencias humanas se empeñaron en hacernos ver. ¿Y ahora quién podrá defendernos? Las revueltas –como el pensamiento– son siempre vertiginosas.
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